Es la quietud del tiempo suspendido, un susurro que no se apaga, una presencia que persiste más allá de lo imaginable. Es la esencia de lo inmutable, un eco que resuena en lo profundo del ser, recordándonos que hay algo que no se desvanece, que no se pierde. En el alma humana, lo eterno se viste de amor, de recuerdos imborrables, de momentos que, aunque efímeros, se inscriben en el corazón como una huella indeleble.
Es el reflejo de la inmensidad, aquello que no conoce la caducidad, que permanece inalcanzable, pero siempre cercano.
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